“Abando, lotura Renfe tranbiarekin...”
¿Cómo puede una voz sonar tan absolutamente vacía de contenido humano? Imagino a la locutora del metro como a una de esas modelos construidas a partir de un molde de escayola, todas iguales, tan vacías como un tambor, con la misma calidad emocional que una moqueta.
Efímero pensamiento desechado prácticamente al nacer, contrapuesto a este otro: cualquiera sabe lo que pensará la gente que oye mi voz a través del teléfono por primera vez.
Supongo que esta parte de la narración es un totalmente innecesario ejercicio de vacía prosa que no lleva a ningún lado, que sólo muestra el diminuto ir y venir de un ceniciento personaje de vida común, pero en este colorista contexto es legítimo; continuemos, por tanto...
El gesto parece casi guiado por un automatismo: el último peldaño bajo techo de la escalera de la estación de metro dispara un resorte que guía al mechero que espera desde hace 18 escalones en mi mano izquierda, incendiando la punta de un Pueblo liado entre las estaciones de Etxebarri y Casco Viejo. Soy bastante lento liando tabaco, lo sé, ¿Para qué tener prisa?