Inútil, pero crucial.

            Me es imposible abstraerme…

Supongo (uso demasiado esta palabra, nunca estoy seguro de lo que afirmo) que debería estar escribiendo sobre la felicidad, ese puñetero sendero retorcido y embarrado tan difícil de seguir; casi siempre cuesta arriba, con sus bajadas tan empedradas que a veces da miedo lanzarse; dan vértigo…

Tengo aparcado un post sobre mi vida que me parecía importante publicar, pero, como ya dije en el anterior, mi línea de pensamiento no es demasiado consistente. Las pequeñas cosas de la vida van ocurriendo; entre todo lo que haces y te parece importante, entre poner un disco de los Doors e ir a un concierto por la noche, entre comida y comida, entre una cita con una chica y un paseo con el perro, tu vida va transcurriendo...

Mientras trabajas, respiras, sueñas, haces la digestión, orinas en una esquina mientras otro borracho te cuenta un chiste...

            Los demás viven también.

Todos esos minúsculos movimientos de la aguja del segundero que hacen que, de manera imperceptible, las arrugas que llevas bajo los ojos vayan haciéndose más profundas, consiguen también que olvides lo que para tí era importante, y apuntes otras motivaciones en un lugar más alto de tu lista...

Por ello, de nuevo, he cambiado el post que iba a escribir.

Ayer viernes comencé a pergeñar las ideas que hoy, jornada de reflexión en la que se prohíbe manifestarse y expresar opiniones políticas, iba a intentar plasmar por escrito. La verdad es que tenía una resaca tipo “puedes funcionar, pero no a más del 80%” tras el concierto de Cápsula del jueves y sus consustanciales cervezas. El viernes por la mañana fui a trabajar, y al entrar en el lavabo del curro a despejarme un poco lavándome la cara mientras una máquina orinaba en un vasito de plástico un infame líquido que mis compañeros siguen empeñados en denominar “café”, me fijé en el mensaje que lanzaba al mundo mi cara camiseta pija, 29 euracos en Serie B, la madre que me parió, tengo que mirar más las cosas antes de comprarlas...

“Useless yet crucial”

“Inútil, pero crucial”

Ahí estaba el título.

Al grano, joder, que llevas una página.

Supongo (qué puta manía) que para cuando muchos de vosotros leáis esto, el hecho que ha capturado mi atención (y la vuestra también, seguro), habrá llegado ya a su fecha de caducidad relativa; todos los buenos ciudadanos responsables de este país habrán echado su papeleta en una urna-papelera, castigando a un partido u otro según el grado de cabreo que lleven dentro...

¿Habrá el lunes gente acampada en las calles?

Para explicarme adecuadamente, tengo que volver hacia atrás, a aquellos tiempos en los que mi padre gastaba sus ratos libres, pequeños lapsos de tiempo intercalados entre trabajo, vasos de vino y partidas de mus en el bar, en darme collejas para que dejara de traer a casa suspensos, mientras mi madre preparaba oscuros e incomestibles potajes en la cocina mientras vigilaba la puerta para evitar que me escapase a la calle en vez de estudiar; maldita costumbre que me convirtió en un freak adicto a los videojuegos y a libros que no llevan a nada bueno; a la vista ha quedado el resultado:

Mi preadolescencia, que aún parece no haber terminado...

Entonces estaba excesivamente influenciado por lo que aparecía en la televisión. Los programas de “Al filo de lo imposible”, que me enseñaron que en la vida se pueden hacer cosas aún más emocionantes que (intentar) ligar con chicas, o beber en las fiestas de los pueblos, los tupés de Loquillo, que aún hoy lleva, demostrando que la gomina no produce calvicie, los electroduendes, los primeros vídeos de Nirvana...

Todo eso formaba un batiburrillo en mi incipiente manera de ser que aún hoy moldea mis opiniones y formas de actuar mucho más de lo aconsejable.

La vedad es que no soy excesivamente original. Donde vivo siempre ha sido muy fácil ir contra el sistema; de hecho, si cuando yo era joven no ibas contra él, estabas fuera de la esfera “popular” del instituto. Era “fácil” era “guay” ser radical. Todos íbamos a las manifas y corríamos delante de la policía, bueno, la verdad sea dicha, yo no tanto, bastantes líos tenía ya con el viejo; además, los que la liaban eran siempre los borrokas, y, seamos sinceros, yo nunca lo he sido. Un día de junio del 89, cuando empezaba ya a zafarme de la atadura paterna, ví algo que, probablemente, cambió mi vida.

Mi abuelo y yo veíamos la tele mientras comíamos, estaban dando el telediario, mientras tanto soltábamos montones de chorradas, cuánto le echo de menos, joder...

Un hombre está detenido en medio de una ancha avenida. Lleva en cada mano lo que parecen dos bolsas de la compra bastante llenas; probablemente sea una compra para el y su familia. La mayor particularidad de la imagen televisiva es que una columna de tanques se dirige hacia él...

Todos sabéis de lo que hablo.

El hombre continúa detenido, y yo pienso, o digo, no lo recuerdo, “menudo chalao, lo van a aplastar”.

Pero no. Un sólo hombre con dos bolsas de la compra ha obligado a detenerse a la columna de blindados, que se dirigían a la plaza de Tiananmen a liarla parda. El conductor del primer blindado duda, probablemente piense en aplastarlo o hacerlo pedazos con el armamento del cacharro. Sin embargo, al final demuestra humanidad, decide esquivarlo; comienza a hacer girar el tanque e intenta rodearlo por la izquierda, dejando el marrón para el siguiente. Sin embargo, el hombre se mueve, vuelve a bloquearle el paso. Al final, se envalentona, amenaza con las bolsas, se sube al tanque, grita algo por uno de los respiraderos, dios sabrá qué, me hubiera gustado oírlo, aunque no hubiera entendido nada, porque no tengo ni idea de chino...

A veces la televisión no es tan mala...

¿Qué podrías hacer tú hoy en la plaza de tu ciudad? Si no te llevas las bolsas de la compra, algo más podrás hacer, seguro...

Miré a mi abuelo, y descubrí que lloraba. Al principio no entendía por qué; cómo un hombre que había pasado gran parte de su vida en el exilio y la cárcel por rojo, y que aún entonces dormía con la navaja bajo la almohada, tras tantos años de idiocracia, aquel tío tan duro y perro, mi puto héroe, lloraba...

Y verle así, me hizo decidir que, mientras pudiera, iba a pelear.

Luego te fallé, abuelo. Ahora soy un puto burgués, filántropo de salón.

           Probablemente el chino acabara sus días en algún oscuro lugar. Ese tipo de osadía casi siempre se paga cara. O, quizá no, quizá se fuese a su casa tranquilamente, y, al llegar, dijera a quien le esperaba: “no te vas a creer lo que me ha pasado...”

           Este hombre tenía mucho que perder. Lo más preciado de todo.

           Su vida.

           Parece que, en la desesperación, llega un punto en que ni siquiera eso importa...

           Hoy, en cambio, es fácil expresar en la calle lo que piensas. No hay ninguna consecuencia directa; esto no es Siria, ni Egipto, ni Libia, nadie te va a disparar, no vas a llevarte un pelotazo en la cara, la policía no va a venir a aporrearte, al menos aquí, no van a dejarte sin trabajo...

           Entonces, ¿por qué hay tan pocas personas en la calle? ¿Somos ya una sociedad en la que pensamos que hemos escapado de algo, que esto no va con nosotros? ¿Por qué nos quejamos tanto para luego no hacer ni siquiera esto?

           Sólo hay que salir a la calle y sentarse en una plaza. Ni siquiera tienes que estar allí todo el día; vete, aunque sólo sea un rato. ¿Tienes, acaso, algo mejor que hacer?

           Probablemente sea algo inútil, pero crucial para tí. Podría ser que, sin saberlo, descubras una de las cosas más importantes de la existencia: que hay muchas más personas que piensan como tú...

           No estarás solo, no esta vez.